LAS DESIGUALDADES
Por: Carlos Alberto Montaner
Desde hace siglos la Iglesia Católica le tiene declarada la guerra a las desigualdades. En América Latina esa batalla es especialmente intensa. En Costa Rica, los obispos y unos cuantos sacerdotes estuvieron a punto de hacer fracasar el referéndum que discutía el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. El argumento más utilizado era que esos acuerdos beneficiaban a los ricos en detrimento de los pobres. Si se firmaban, alegaban, aumentarían las diferencias entre los afortunados y los desposeídos. No era verdad, pero mucha gente lo creyó.
Quien más ha hecho para establecer una rigurosa medición de la desigualdad es un matemático y estadístico italiano llamado Corrado Gini, muerto en 1965. En 1921 Gini -un connotado fascista- publicó un breve artículo de apenas tres páginas sobre la desigualdad de los ingresos en las naciones y estableció una metodología para ponderar las diferencias. Construyó un índice en el que 0 sería la absoluta igualdad (todas las personas tenían el mismo ingreso), y 1 la absoluta desigualdad (una sola persona acaparaba todos los ingresos). Su índice, aplicado en nuestros días, demuestra que las sociedades escandinavas, absolutamente dominadas por los sectores sociales medios, están situadas entre 0,2 y 0,3 y son las menos desiguales del planeta, mientras las latinoamericanas y africanas, caen, casi todas, entre 0,5 y 0,7. Son las más injustas.
¿Por qué los latinoamericanos, después de 100 revoluciones, mantienen esos niveles de desigualdad? La Iglesia piensa que el fenómeno es producto de la injusta distribución de la riqueza, pero no es verdad. La desigualdad de ingresos es la consecuencia de las diferencias en educación, procedencia (urbana, rural), la estructura familiar y la debilidad del tejido productivo en donde las personas devengan un salario.
Sencillamente, las sociedades menos desiguales son aquellas en las que los trabajadores reciben altos salarios porque producen bienes o servicios valiosos. Un obrero de Volvo puede percibir USD 30 por hora trabajada porque construye unos autos que tienen un alto precio en el mercado. Gana mucho porque produce mucho, no porque los suecos sean más justos. En cambio, no hay manera de que un campesino haitiano reciba un salario decente por cortar caña con un machete.
¿Cómo se construye una sociedad menos desigual? Obviamente, por el mismo procedimiento que se construye una sociedad desarrollada. En el terreno interno, con educación, honradez administrativa, políticas públicas adecuadas, meritocracia, paz social, trabajo fuerte, acatamiento de la Ley, un buen sistema judicial, respeto a la propiedad y estímulo al ahorro. Donde no existe la menor posibilidad de mitigar las desigualdades es con la receta que propone la Iglesia: colocar el acento en el asistencialismo y redistribuir la riqueza creada entre los necesitados.
No hay ningún país que haya dado el salto a la modernidad y al desarrollo tomando ese camino. Es asombroso que, tras 2 000 años de existencia, una institución tan sabia y tan bien intencionada no acabe de aprender la lección.
martes, 18 de diciembre de 2007
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